En Mestalla, la atmósfera es eléctrica, un campo de batalla donde el club deportivo busca redimirse después de dos derrotas consecutivas. Con suerte, este tercer juego marca un punto de inflexión. El autor expresa una ambivalencia emocional, oscilando entre la tristeza y la alegría, y confía una vida más cercana a los sueños que a la realidad. Se describe como alguien que encuentra refugio en atletismo, una pasión que lo mantiene flotando. Evoca una posible terapia de choque, pero resiste la incertidumbre del resultado, preguntándose si su alma le permite. Menciona el orgullo de los jugadores de Valencia CF, capaces de superar incluso en inferioridad numérica, y la determinación encarnada por Jon Aspiazu.

El partido tiene lugar con una intensidad particular, el equipo Valencia CF mostrando una notable superioridad en un campo extranjero. El autor describe un juego de combinación prometedor, con momentos perdidos de oportunidad, recordando la ausencia de atacantes clave como Iñaki Williams y otros jugadores importantes. Destacó la frustración con el tiempo perdido y la sequía ofensiva del equipo, a pesar de los esfuerzos por adaptar la estrategia y explotar las debilidades del oponente. El autor observa la creciente tensión, la determinación de los jugadores de no ceder a la presión, y la fuerza del atletismo como un recordatorio constante de la necesidad de perseverar.

El final del juego está marcado por un punto de inflexión decisivo, con errores defensivos y oportunidades perdidas que pueden haber cambiado el curso del juego. El autor evoca la filosofía del atletismo, que enseña que la superioridad no es garantía de victoria y que incluso en inferioridad es posible ganar. Expresa una profunda fatiga emocional, deseando ser separado de su apasionado apego al fútbol. Concluye destacando la fuerza del destino y la importancia de no rebelarse contra los acontecimientos, reconociendo al mismo tiempo la dificultad de no verse afectado por los resultados y emociones asociados con este deporte.